Evidencia del hiperdialectalismo castellano por medio del Cid
Jessica Bodford, Arizona State University
La situación de Castilla durante la Edad Media no reflejaba el mismo poder económico, político y cultural que la definió durante los siguientes siglos, bajo la unión de la Corona de Castilla con la de Aragón (Edwards 141). Tanto su función como estado “tapón”—es decir estado fronterizo (Camarena Gual 643)—entre Asturias-León y Aragón como su demográfico de clase baja contribuyeron a una impresión negativa en la mayoría de la Península Ibérica que estaba asociada con la imagen castellana. Para aumentar las diferencias que distinguían este reino de los demás, los colindantes Asturias-León y Aragón no sólo desarrollaban sus propias costumbres sino también elegían sistemas morfológicos y fonológicos que eran distintivos a estas regiones, un fenómeno lingüístico deliberado conocido como el hiperdialectalismo. El hiperdialectalismo en este sentido describe la exageración y reconstrucción—a veces erróneamente—de un dialecto particular para aumentar un sentido de conexión con la cultura de que viene ese dialecto (Bénichou 309; Morales 4). Pero con la llegada de El Cantar de Myo Çid a la muerte del propio El Cid a fines del siglo XII, se empezó a desarrollar una ideología nacionalista en Castilla que conducía a una identidad completamente idiosincrásica. Con los años el hiperculturalismo—o sea, la “revalorización de la riqueza y la diversidad histórica” (Saavedra 117) de una cultura—que nació de este territorio resultaba en una serie de cambios lingüísticos y, mientras que el castellano seguía convirtiéndose en la lengua estándar a causa de su dominio político durante el siglo XIII, estos cambios extendieron por toda la Península Ibérica. Intento analizar los cambios entre el castellano medieval y los dialectos de territorios vecinos, interpretar estas tendencias dialectales con el desarrollo del nacionalismo en Castilla durante el siglo XII y examinar la evidencia existente del hiperdialectalismo castellano después de estos sucesos y como se manifestó en la lengua que conocemos hoy en día como el español estándar.
La primera mención del condado de Castilla se remonta al año 800 en un documento que ofreció una idea general de los territorios de la Península Ibérica (Estepa Díez 8). Fue el 22 de diciembre del año 1063 cuando el rey Fernando I expuso su decisión de repartir estos territorios entre sus hijos “para evitar futuras discordias a la hora de la muerte” (Candeira 230). Sancho II aceptó su herencia con la condición de que a Castilla se libraría del grado político de condado. A pesar de su nuevo reino, en los años siguientes Castilla funcionó como estado-tapón entre los reinos de Asturias-León al oeste y Aragón al este, una situación que conducía a su atmósfera belicosa e inestable. La palabra “Castilla” no representaba una impresión de nobleza sino de guerra: refiere a “tierra de castillos” cuyos propósitos fueron desviar las conquistas musulmanes al sur (Clúa Méndez 107). Un gran parte de su población consistía en guerreros de frontera y campesinos pobres con el objeto de proteger el territorio a cambio de pago, comestibles y fueros, o bien algunos privilegios racionados por los reyes leoneses (Alfonso y Fernández del Pozo 534). Por consiguiente, se comunicaba al resto de la Península una imagen de lo peor, de la criminalidad y de lo mal educado (Gitlitz y Davidson 174), la cual poco a poco contribuyó al desarrollo de una sociedad castellana distinta con valores, costumbres y dialectos formados por estas condiciones severas. Mediante el hiperdialectalismo los asturiano-leoneses y los aragoneses exageraron sus propios dialectos para destacar sus características diferencias con respeto a la económica las políticas y la condición social con el fin de separarse de Castilla. Con la manipulación del habla intentaron obtener una identidad deseable o, en ese caso, evitar una indeseable.
Tiempos de cambio
En el año 1043, cuando había mucha fluctuación política y social, nació Rodrigo Díez de Vivar en Burgos, la capital de Castilla a finales de su existencia como condado. Hasta como adolescente luchó por Sancho II, el nuevo heredero del reino castellano, en batallas contra los invasores musulmanes. Su servicio a Castilla continuó por el resto de su vida, y su renombre como general y guerrero, conquistador de Valencia y campeón de la Reconquista indujo al apodo “El Cid”, que viene del árabe “al sîdi” (“el señor” o “el gobernador”) en honor a su puesto de capitán de la causa castellana (de Epalza 158). Pero con las décadas su historia transformó en ser una epopeya rica y casi mitológica llamada El Cantar de Myo Çid. Su origen como poema de forma mester de juglaría queda indeterminado (Zaderenko 37), y con los siglos ha sido teorizado como mester de clerecía con por lo menos un autor (106).[1] Aunque el único nombre relacionado con el texto de los principios del siglo XIII es un Per Abbat casi desconocido (Hernández 22), el historiador Ramón Menéndez Pidal se remonta la gesta a los años 1140, unas cuarenta años después de la muerte del Cid Campeador (608). Al analizar el texto aparece que que a pesar del tono realista varios sucesos dentro de los tres cantares se alejan de la verdad histórica. Lo que estos casos tienen en común es lo que se hace al personaje del Cid un héroe: Las duras privaciones que se enfrentó don Rodrigo son tan exageradas que resultan inventadas (Picard 456), pero se unen para crear una imagen idealizada del Cid que condujo a su transformación en ser figura representativa de la superioridad, el honor y la victoria que definieron la adquisición territorial árabe siglos antes. Rebeló contra Aragón hacia la independencia castellana, apoyó a los súbditos a pesar de clase social y en conjunto dio lugar a un movimiento de solidaridad hispana.
El resultado de esta idealización fue un sentimiento de patriotismo español que nació durante una época caracterizada por la invasión, la inestabilidad y la incertidumbre sobre la identidad. También fue Castilla con la cual se relacionaba este sentido, reconocida como la cuna y la última morada del Cid. A partir de este momento “los castellanos han visto en el Cantar un dechado del espíritu nacional de Castilla” (Pidal 27) que reconoce su importancia en la reconstrucción política de la unidad durante la Reconquista. Como expone el historiador Amado Alonso, “este nuevo sentido era […] ultracastellano” (18)—es decir, condujo a la hipercultura y la hiperidentidad[2] después de un periodo de desdén hacia el reino entero. Pero en el interés lingüístico es el proceso de hiperdialectalismo que desarrolló a la misma vez en Castilla, lo cual no sucedió como intento de diferenciarse de otras regiones sino de solidificarse en ser un reino ideal para toda la Península. Este territorio renombrado como uno ambicioso, revolucionario y heroico se hacía lo más innovador en su dialecto, un habla que hoy en día define toda la comunidad hispánica.
Cambios lingüísticos
En el caso del asturleonés no sólo existían rasgos completamente diferenciados del dialecto castellano sino que seguían un continuum dialectal que dependía de la distancia de las fronteras castellanas. Por ejemplo, en la región occidental de Asturias-León se distinguía por una diptongación de las vocales tónicas abiertas desde la /e/ y la /o/ a la /ié/ y /ué/ (ej., “otro día mañana el sol querié apuntar” [1.34.682]), un fenómeno que empezó a ocurrir casi a la misma vez en Castilla (Curiel 193). Del mismo modo, vemos la unión de vocales similares como “de esto” a “desto” cuando vemos “destos tres mill marcos los dozientos tengo yo” (3.137.3231).
En la región central del reino había una conservación de la /f-/ inicial. Por ejemplo, el autor declare que “fellos en Castejón ó el Campeador estava” (1.23.485) y “esto é yo en debdo que faga í cantar mill missas” (1.12.225), una tendencia que apareció en Castilla durante este tiempo (Penny, “The Re-emergence”, 472). Pero en la región oriental y más cerca del reino de Castilla se rechazaron todos los elementos del dialecto castellano, incluso la /f-/ inicial, los plurales, la diptongación y sufijos diminutivos característicos del castellano como -illo y -ito, los cuales sustituyó con -ittu, -ellu y -inu (Curiel 193) con la pronunciación de /u/ por /-o/ final (ej., otru, mediu) característica de los sufijos asturleoneses. De modo parecido, documentos asturleoneses de este periodo indican el uso del artículo determinado junto con el posesivo (ej., los sus ojus), la pérdida de la /-z/ final (ej., ve[z], vo[z], lu[z]; ej., “mi amigo es de pa[z]” [2.83.1464]) y de la /-e/ final en los sustantivos tanto como en la tercera persona (ej., “vinieron a la noch a Celfa posar” [1.32.646]) y la adición de una /e/ después de los infinitivos (ej., “tres rreyes de Arabia te vinieron adorare” [1.18.336]; Metzeltin 84). Por otro lado, el castellano vio el apócope de esta /-e/ que, junto con la introducción de varios cultismos léxicos (ej., mensaje, fraile, homenaje, linaje), podría indicar la fuerte influencia francesa que venía del Camino de Santiago (Davies y Davies 124). Esta peregrinación, cuya popularidad creció durante la Edad Media, consiste en varias vías que se bifurcan de orígenes incluso París, Vézelay, Le Puy y Arles.[3] Como un resultado de la influencia lingüística que venía de estas orígenes, el castellano vio la pérdida de la /j-/, la /ge-/ y la /gi-/ inicial, favoreció la /h-/ aspirada además de la /f-/ inicial (lo que enfatizaban los asturiano-leoneses) y alternó entre la conservación de las oclusivas sordas intervocálicas /p/, /t/ y /k/ y su sonorización como /b/, /d/ y /g/ (Penny, Continuum 35). De nivel sintáctico, los de Aragón y Asturias-León consideraban vulgar el uso excesivo del “que” relativo (ej., en vez de “cual” o “quien”) y del “que” como conjunción, tendencias lingüísticas características de Castilla en este periodo. Por ejemplo, la poema refiere a los caballeros quienes eran leales al Cid como “con estos cavalleros quel’ sirven a so sabor” (1.14.234).
En la región de Aragón las diferencias dialectales no eran tan drásticas como las de Asturias-León, pero también hay evidencia del uso de un diminutivo único (-ico) distinto del -illo y -ito castellano. Con respeto a la entonación, las frases siguieron un tono ascendente como si hiciera una pregunta, un aspecto aragonés que todavía existe hoy en día (Alvar, “Textos”, 234). Los pronombres personales no tomaban la forma de conmigo o contigo sino con tú y con mí, y en palabras esdrújulas evitaban el acento antepenúltimo dichos y escritos (ej., heroe, idolo, ordenes, fantastico, lagrima; Metzeltin 201). De este modo, a través del dialecto es evidente que las mestas, o los caminos para las vacas y las ovejas que corrían desde el norte hacia el sur, representaban una separación física entre los reinos tanto como una división simbólica a causa de sentimientos económicos, políticos y culturales (Barriguete 140). Como exponen Martínez, Bursei y Josserand, “la frontera se definía no sólo por la existencia de una serie de factores geopolíticos sino, sobre todo, por la existencia de una sociedad, unos modos de vida, una mentalidad” (294) que la diferenciaba Castilla del resto de la Península.
Distinto del aragonés y el asturleonés medieval, las discrepancias dialectales que aparecieron a lo largo del siglo XIII en Castilla no fueron productos de la exageración de distinciones políticas, económicas y sociales comparadas con sus vecinos sino de este movimiento de hiperidentidad castellana. La evolución lingüística en este periodo en particular continuó por la misma trayectoria que la definió durante los siglos anteriores, pero con una notable intensidad. En vez de omitir la /-e/ final vemos en documentos de la época una pérdida de las vocales finales restantes (Lapesa 187); además, desarrolló una distinción entre la /c/, la /ç/ sorda (como /ts/) y la /z/ (/ds/) (ej., “sobrellas unos çapatos—que a grant huebra son” [3. 137.3086]), entre la /x/ sorda (/ch/) (ej., “quando dexaron mis fijas” [3.137.3156]), la /ge/ o /gi/ y la /j/, y entre dos variedades de las sibilantes, una como sorda (/ss/ entre vocales o /-s/ final; ej., “oida es la missa y luego cabalgaban” [2.84.1541]) y otra como sonora intervocálica (/s/). Se exageró la articulación de /v/ en vez de la /b/, una distinción que hoy en día se ha vuelto indistinta, como “Esto me an buelto mios enemigos malos” (1.1.9).Al mismo tiempo, a principios del cantar hay referencia geográfica a Vivar cuando dice “a la exida de Bivar ovieron la corneja diestra” (1.2.11). Además, no sólo mantuvo el uso del “que” relativo y del “que” como conjunción vulgar sino lo utilizó con más frecuencia, el segundo de los cuales se llama el dequeísmo (Torrego 35). Además, hay un cambio en cadena fonético que aparece por lo largo del texto en lo cual la pronunciación del /e/ (ej., después, puede, pueden) cambia al sonido del /o/ (despuos, puode, puoden; Duggan 132). Por ejemplo, los infantes de Carrión abogar al rey por más tiempo cuando dicen “Dandos, rrey, plazo, ca cras ser non puode” (3.149.3468). Eso cambio fonético en particular refleja un sonido abierto en vez de cerrado para expresar la cultura relajada que se distinguió, como cambios fonéticos similares en los estados sureños de Norte América (Kroch 40; Verdú 142). Para evidencia más extensa de este sonido relajado es la fusión de vocales en palabras adyacentes, incluso “Vedada lan conpra” en vez de “Vedada le han conpra,” “toveldo” en vez de “túvetelo” y “Quandol vieron de pie” en vez de “Cuando le vieron de pie” (Spaulding 104-5).
Caso de hiperidentidad
De manera opuesta de los sucesos de los siglos XI y XII, estos cambios lingüísticos no estaban considerados antipáticos por el resto de la Península; más que evitar las características de lo que indicó una asociación con Castilla, los reinos hispánicos siguieron estas tendencias a lo largo de los finales de la Edad Media. Este dialecto continuaba convirtiéndose en la lengua estándar a causa del dominio político de Castilla en el siglo XIII (Alvar, Hacia los conceptos 55) cuando Alfonso X el Sabio, rey de Castilla y de León, estableció el castellano como lengua estandarizada y fomentó el uso del castellano alfonsino en vez del latín en obras literarias (Valdeón Baruque 167). Durante esta época el árabe era la imagen de la inteligencia científica, arquitectónica, agrícola y literaria, pero con el tiempo la lengua de prestigio se corrió al castellano alfonsino (Hinkle 90). Cuando en el siglo XV ascendieron al trono los Reyes Católicos, quienes hablaban este dialecto del romance en particular (Alonso 21), la unión de los poderes políticos de Aragón y Castilla fue de suma importancia (González 308), un indicio del prestigio ya asociado con Castilla por la mayoría de la Península Ibérica. Es, por tanto, evidente que para entonces se había vuelto “the essence of Spanish national identity. In poetry, novels, paintings an idealized, mystic and bellicose image of Castile was constructed” (Kleiner-Liebau 48) que le prestó al dialecto castellano cierta elegancia y, por descontado, una imagen favorable.
En total, al analizar las evoluciones de los dialectos del romance que existieron en Aragón, Asturias-León y el estado-tapón Castilla durante la Edad Media se hace evidente que los factores económicos, políticos y sociales marcaron a Castilla como representación de lo pobre y lo mal educado. Pero el hiperdialectalismo que adoptaron sus vecinos para enfatizar las diferencias que los separaban de Castilla transformó con la llegada del cuasi mito del Cid Campeador. Este prototipo del héroe condujo al sentido patriótico nacido en esta región, que con los siglos desarrolló en un símbolo de la Reconquista y de la unificación de una tierra dividida a causa de guerra y inestabilidad. El nacionalismo y el concepto de la identidad española que florecieron después de la muerte del Cid continuaban castellanizando el centro y el sur de la Península. Además, cuando Castilla se unificó con los reinos de León, Navarra y Aragón en los siglos posteriores se deduce que estos territorios adoptaron en común el habla castellano como identificación con el poderoso imperio que alcanzó la península entera tanto como el Nuevo Mundo. De la expansión y estabilización del país nació la visión de una gran entidad nacional, y actuando como catalizador de este movimiento fue este “idioma de la nación” (Alonso 19) en el sentido de que el castellano llegó a expresar no sólo las tendencias lingüísticas del habla sino la historia, la diversidad y la identidad hispánica con solidez.
[1] Las tres teorías sobre la autoría del texto no forman parte de la análisis de
este articulo.. Para una discusión de la evidencia que apoya cada teoría (es decir,
el texto como mester de juglaría, de clerecía con un autor y de clerecía con más de
un autor), consulte Zaderenko.
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