Una cartografía interior: El espacio geográfico y las distancias en la novela Ucrania

Mickey Jett, Georgia State University

Las distancias nos separan, nos desmarcan de algo o de alguien.  En su novela, Ucrania, el autor Pablo Aranda experimenta mucho con la idea de espacio, pero no sólo en términos de un concepto físico.  Aranda explora las distancias físicas, sí, pero también los espacios menos concretos como el tiempo, las relaciones entre personas, y las fronteras que dividen todos esos huecos.  Por hacer eso, el autor se convierte su discurso y su registro geográfico en algo que adquiere un valor metafórico para la vida y el espacio “interior”.  Así, su lenguaje cartográfico une los espacios físicos y los espacios “interiores” y demuestra una conexión entre ellos.  Su libro, el cual está lleno de personajes que intentan romper las fronteras que dividen el espacio geográfico, muestra como  el “yo” interior es lo más difícil de traspasar.  Aranda también crea una novela que transforma sí mismo a una plataforma física que establece un parecido entre la vida y el destino, al mismo tiempo haciendo un colapso entre los espacios geográficos, los espacios temporales y las distancias entre los personajes.  El autor logra esto no solamente a través de la estructura de la obra, sino también por su estilo de escritura y los eventos y relaciones construidos por toda la novela.  

Muchos de los medios de comunicación en Ucrania  representan las varias formas en las que la distancia geográfica es atravesada.  La televisión, el vicio de la madre de Jorge, las cartas que Laura nunca envía, e incluso el internet que Jorge usa para encontrar a Elena son medios que suplantan los espacios que dividen físicamente a las personas.  El narrador describe, “Internet es un país muy grande donde tú puedas asomar y ver todo, pero hay que tener cuidado: yo me asomé y me caí” (24).  Aquí, vemos cómo el autor define esta fuente de colapso que Jorge aprovecha aspirando a comunicarse con alguien que está casi a 1500 kilómetros de distancia.  Como el internet, las cartas sirven para romper las barreras geográficas.  Laura nos cuenta que, “La postal no es postal hasta que el destinario la recibe, descubre en un buzón que alguien ha encontrado una fisura en las distancias, un hueco donde romper la diferencia de latitudes” (97).  Así, con estos medios de comunicación logramos cruzar las fronteras que hacen “un intento de separarnos, un intento de acotar, parcelar a las personas.  Dividirnos” (82).       

Como susodicho, los personajes atraviesan las distancias geográficas a través de los medios de comunicación.  Sin embargo, el lector debe ser consciente que las distancias mencionadas son en realidad más emocionales que físicas, como en el caso de las postales de Laura a Ricardo.  Si nos enfocamos más en el contexto de esas cartas, podemos percibir una angustia subyacente que aludiría a una distancia entre ella y Ricardo aún más mental que los 1500 kilómetros entre Londres y España que les separan.  Ella describe su idea de lo que representa una postal por decir,
 “una postal, una foto que se mira por el otro lado, palabras cruzando espacios, palabras que leemos y fueron escritas en otro momento, en otro lugar, en Londres, si es que este es Londres, estas calles parejas de casas iguales…a esta habitación enmoquetada con ventanas de doble vidrio y radiador de monótono sonido inapreciable al principio pero que va invadiéndole todo, esta mesa oscura, esta luz insuficiente, la pared triste, empapelada, sucia, esa lámpara absurda, estos primeros días…” (83-84).

Si analizamos el texto, vemos que hay una conexión entre la postal y la relación de Laura y Ricardo.  La foto, que es una torre famosa en el centro de Londres, de verdad no muestra el Londres real que para Laura, sería mejor representado por una “pared triste”, que es “sucia”, y tiene “calles parejas de casas iguales”.  El Londres verdadero es así.  Entonces, vemos una metáfora de la relación entre ella y Ricardo.  Por afuera, su relación parece como esa torre, una amistad ejemplar, pero ella siente esa frustración que demostraría que todo no es como aparece.  Luego, Aranda nos revela que había algo más allí entre los dos personajes, pero no llegó a ser.   Ninguno de los dos actuó de acuerdo a sus sentimientos.  Por eso, vemos la carta que Laura nunca envía a Ricardo, una que revela en una manera simple los sentimientos y la distancia emocional que los alejan.            

Después de la cita, ella continua lamentando que Ricardo “se alejó sin intentar comprender ni superar, sin tratar de quedarse o preguntarme que deseaba yo, Ricardo con miedo” (84).   Porque él nunca dio más que un beso trágico, al final del capítulo, el lector puede ver el intenso sufrimiento emocional que le aflige.  Ella llora, “…venir, podrías venir, Ricardo, te enseñaría la torre que aparece en la postal…hablaríamos también en serio, piensa Laura, llora Laura…” (84).  Entonces, es obvio que no es la distancia geográfica la que causa ese espacio entre los dos.  Es más que los 1500 kilómetros que los están separando. Hay una historia, un vínculo que nunca llegó a ser, y así creó esa desavenencia entre ellos.             

Como los medios de comunicación, la transportación crea una brecha en la distancia geográfica.  Por medio de su discurso en la novela, podemos ver cómo Aranda une la idea del “itinerario” de un viaje a la del destino de un individuo. En un episodio casi filosófico, Laura interpreta la vida como un plan de viaje, diciendo, “Eso, la vida es eso, un cálculo de itinerarios, de distancias que si son acertadas nos llevarán a nosotros mismos.  Trayectos que no contemplan líneas rectas.  Qué mentira que la distancia más corta entre dos puntos sea la línea recta” (97). 

Podemos inferir de esa cita que las elecciones que hacemos en la vida son como los puntos de origen y destino en un itinerario.  Para llegar a un “destino”, muchas veces no basta con una sola decisión, al contrario, se necesita de muchas decisiones que nos llevan a su identidad o un destino final.  En esa cita, Aranda, como en otras, explica en términos geográficos el destino en un lenguaje cartográfico.             

Al continuar con esa idea de que la vida es un cálculo de itinerarios, vemos como Aranda la manifiesta en la estructura de la novela.  El libro en total tiene un principio y un final, pero no sigue una línea recta.  Dentro de ello, Aranda juega con el concepto del tiempo, los puntos de vista, y su estilo escrito para llevar al lector activo a un mejor punto de entendimiento de su representación física de la vida.  ¿Y qué es la vida?  Yo sugiero que está compuesta de diferentes puntos en el tiempo o en la historia, las relaciones cruciales adquiridas durante este tiempo, y las reflexiones sobre ellas; el tiempo y las relaciones que nos llevan a una conciencia del sí mismo, del ser yo.  Así, Aranda crea su propio itinerario para el lector, rompiendo un espacio ficticio para llevar al lector a la identidad de su libro.             

Una de las maneras en cómo el libro es una encarnación física del ser “yo” es el uso del monólogo interior que aparece por todo el libro.  Por usar este estilo de escritura, Aranda nos introduce en la mente de sus personajes, revelando los pensamientos más interiores de ellos.  Su uso del fluir de conciencia, en una manera, indica en un mapa la cartografía interior porque nos pone en el centro del espacio interior del narrador, y nos trae a un mejor entendimiento del personaje.  Un buen ejemplo de esto es cuando Jorge maldice a su padre en un capítulo muy revelado, uno en que por el uso del monólogo interior, Aranda da al lector la oportunidad de ser parte de un momento de conciencia de sí mismo de Jorge. Durante toda la novela, el lector es obligado a acompañar a Jorge en su búsqueda por la historia de su padre: ¿Quién era? ¿Qué sucedió?, ¿Qué cosas constituyen el meollo de la identidad de Jorge?  Es obvio que cuando Jorge describe el día del padre, él está plagado por no conocer a su propio papá.  En esta cita, Jorge, maldice a su padre, y exclama, “..que no te quedaste para estar en la casa el 19 de marzo que es el día más mierdoso de todos los días del mundo porque a alguien se le ocurrió que era el día del padre y en el colegio nos decían que hiciésemos un lapicero de cartón, una tarjeta, que no te quedaste para estar en la casa viendo el fútbol en la tele cuando yo llegase para darte el lapicero que yo había pisoteado sin que nadie me viera porque sabía que no te quedaste” (158).

 Aquí, vemos el dolor que Jorge había reprimido durante su niñez, y su renunciación mental de su padre, y esa ausencia de identidad, a su vez, le permite a Jorge comenzar de nuevo.  Al principio del mismo capítulo, Jorge empieza a gritar, “Mi padre lo que es, lo que realmente es, es un hijo de puta, el hijoputa más grande que ha habido jamás en el mundo, un cabrón, el chino más traicionero de la tierra…” (156).  Es evidente que está diciendo todo lo que ha sentido por toda su vida, y al final, termina con la frase, “Chino de mierda” (158).  Descubrimos que Jorge ha alcanzado un punto en su conciencia de sí mismo en el que puede avanzar, e ir más allá de la falta del pasado que ha afectado su “cartografía” interior.           

El autor continúa presentando el libro como una manifestación de la vida y la conciencia de sí mismo, con la multitud de voces que él usa para dar la narrativa.  Aranda cuenta la historia de Ucrania,  desde el punto de vista no sólo de Jorge, sino de todos sus personajes.  Hay capítulos en los que Laura o Elena son las narradoras principales, y otros en que Jorge, su hermano o Anatoli  tienen la voz del narrador.  Es por este intercambio de narradores que el lector puede comprender la novela en su totalidad.  Sin ellos, el lector tendría solamente una parte de la historia, o mejor dicho, de la conciencia de ella.  Así, yo sugiero que las voces narrativas representan un aspecto del destino, las relaciones que uno adquiere durante su propia vida.  Y si no hay una correlación directa entre todos los personajes y Jorge, definitivamente sí, hay una conexión.            

Una de los enlaces más importantes es la relación entre Jorge, Elena y el hijo de ella, Viktor.  Hasta la mitad de la novela, como susodicho, Jorge tiene problemas con su identidad en términos de no saber quién era su padre.  Incluso, después del episodio en el que él maldice a su padre, Jorge termina sin saber quién es, y continúa tener sentimientos de odio hacia su papá; aun cuando estos sentimientos se han transformado de dolor a indiferencia.  Maco lo demuestra cuando le pregunta a Jorge, “Y tu padre que.” (247), y Jorge le contesta, “¿Qué mi padre?...mi padre nada” (249). Es esa mentalidad, la que le revela a Jorge de otra persona en su vida que ha vivido este mismo pasado, Viktor.   En uno de los episodios del monólogo interior, Jorge decide,“que nunca nunca nunca abandonaría a un hijo suyo, jamás, si es que llegaba a tenerlo, y pensó que Viktor era como él, que Viktor y él estaban unidos, y si algún día llegaba a casarse con Elena, casarse de verdad…en ese caso jamás abandonaría tampoco a Viktor, que no era su hijo, no lo sería porque él tenía un padre, aunque fuese un hijoputa como el mío…” (248). En esa cita, Jorge reconoce y establece una comparación entre sí mismo y la vida de Viktor, que resulto en la conexión de no tener un padre.           

Aranda no para aquí.  Después de establecer este vínculo mental entre los dos personajes, él sigue con el tema de romper el espacio en una forma más creativa.  Una  vez más, lo hace con Jorge, Elena y Viktor, y en una manera en que la barrera geográfica entre Ucrania y España es atravesada.  Hacia el final de la novela, en una visita que le hace a su hermano después de no haberle visto por mucho tiempo, Jorge descubre que él y su hermano no tienen el mismo padre.  Durante una interrogación por Jorge, Julián confiesa que tienen la misma madre, pero sus padres son diferentes.  En sus palabras exactas, “Y tú no te enteras.  Mamá es tu madre y es mi madre, pero tu padre es tu padre y el mío es el mío, dos distintos, dos hijos de puta diferente” (177).  Así, el lector se da cuenta de que la historia del padre que Jorge nos ha presentado hasta este punto es el padre de Julián, y no el de Jorge.  Aprendemos más tarde que su padre jugó futbol para Málaga, y según su madre, conocieron cuando, “apareció uno alto y rubio que hablaba muy mal español y se fijó en mí.” (282)  Ella no le da su nombre, pero Jorge se entera que él era de la Unión Soviética.  Entonces, Aranda establece un puente, o un hundimiento del espacio entre los tres personajes y sus países. 

En el último capítulo, Jorge le regala un álbum de estampas al hijo de Elena.  Cuando él se fija en el nombre extraño debajo de la foto del equipo futbolista, Jorge murmura, “Era ucraniano…repite una vez más el nombre, por favor…este de la foto es mi padre” (289).  Jorge sabía antes que además de no tener padres, su interés en el futbol era algo que él y Viktor tenían en común.  Se va a la casa de Elena con la intención no sólo de darle este álbum antiguo de estampas futbolistas, pero también para enseñarle que hay más que este interés que une los dos.  No tienen un padre, pero más que eso, no son tan diferentes que la geografía sugeriría.  El hecho de que su padre era de Ucrania, relaciona a Jorge, Elena y Viktor en términos geográficos, otra vez el colapso de un espacio físico.          

Como la vida, el libro está compuesto por diferentes momentos en el tiempo, y estos influyen en la culminación de la novel.  Yo sugiero que estos acontecimientos, que aún no están en una línea del tiempo recta, representan los eventos en la vida del libro que ayudan a darle su propia identidad, o cartografía interior.  Sin estos eventos, el lector no podría llegar a un entendimiento de la conciencia de sí mismo de la novela.  Así, cuando Laura piensa en la vida como un itinerario, Aranda traslada esa idea a su libro, a través del uso de los tiempos. 
 Si vemos un itinerario como un principio y un fin, los eventos entre los dos son como paradas o destinaciones en algún punto del destino.  Para ir al final, uno tiene que pasar por estos puntos importantes antes de llegar a un destino.  Aquí, el destino sugiere no solamente el fin de la novela, sino también la conciencia de ello.  Un buen ejemplo del juego con el tiempo que Aranda hace, es cuando Jorge va al estadio en Málaga para ver las fotos de los futbolistas antiguos.  Aquí, Jorge entra en el estadio, y el narrador explica “y a Jorge el temblor le infundía desconfianza y se dijo si no sería mejor olvidarse del tema, irse, pero empujó la puerta de la oficina, y de golpe se sintió sereno, como el que ha estado temiendo una pelea y se encuentra frente al adversario y comprende que la única posibilidad ya es el enfrentamiento, desear que pase lo antes posible, y que el destino sea favorable” (255).

Antes de llegar a la conclusión de la novela no entendemos de quien o por qué Jorge se enfrenta en el estadio.  Sabemos que sí, tiene una interés en el futbol, pero es cuando visita a su hermano en la cárcel, que el lector se entera de que su padre era un jugador de futbol para Málaga.  Entonces, al volver a la cita, podemos influir que en este punto, en este momento, Jorge vence su pasado.  La “pelea” que el narrador menciona en esta cita se refiere a su lucha por una identidad.  El adversario, obviamente, es su padre. Al enfrentarse a esta foto en el estadio, Jorge confronta su pasado y su falta de identidad, lo que resultó en que su destino fuese favorable.  Se revela un descubrimiento dentro de Jorge, aunque para el lector, este no llega inmediatamente y Aranda hace que el lector pase por todas las “paradas” para llegar al destino de la novela.            

En su novela, Pablo Aranda examina las distancias que cada día nos separan y al mismo tiempo nos desploman usando los medios de comunicación y modos de transportación.  En apariencia, uno puede suponer que la novela explora solo el tema del espacio geográfico, y las fronteras y barreras que impiden a la gente una separación física.  Pero, con una mirada más profunda, el lector puede concluir que es el ser interior y la búsqueda del destino que nos empujan a nuestra identidad.  Aranda revela que en un tiempo en que la tecnología ha tratado nuevas medidas para atravesar el espacio geográfico que nos separa, todavía son las distancias emocionales y mentales las que nos alejan.  Su libro, por métodos de usar un registro geográfico, une no solamente los personajes dentro de ello en términos geográficos, pero también da luz al espacio interior.  Aranda traslada este tema de geografía y una cartografía interior a la estructura del libro, da forma a un libro en que como consecuencia, tiene una propia identidad.  El uso de varias ocasiones en el tiempo, el punto de vista de todos los personajes, y un estilo escrito que se llama monólogo interior, crean un libro que tiene una vida propia, su propio principio y fin, y así, un destino y una identidad.

Works Cited: 

Aranda, Pablo. Ucrania. Primera edición: noviembre 2006. Barcelona: Ediciones Destino, S.A., 2006.

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